TÉ BLANCO:
El té blanco es el antioxidante más potente de la naturaleza: contiene tres veces más polifenoles que el verde y es más eficaz que la vitamina C y la vitamina E juntas. Además, el té blanco es el que menos cafeína contiene, por lo que puedes convertirlo en un sustituto del café mucho más relajante.
El secreto de su alta concentración de polifenoles está en su proceso de elaboración: en este tipo de té se recogen sólo los brotes, donde se concentra toda la energía de la planta. Y en vez de cortarse o enrollarse como se hace con el negro y el verde, se deja secar al aire, al sol natural sobre paños de seda.
TÉ ROJO:
También conocido como Pu-erh, se ha popularizado por sus propiedades adelgazantes y digestivas.
Previene las caries, hace bajar el colesterol malo, mejora el estreñimiento, alivia la depresión, y hasta hace desaparecer la resaca.
En realidad, se trata del té verde fermentado y envejecido con un color rojo fuerte y sabor a corteza de árbol, del Quingmao, una especie muy venerada en China porque se dice que fomenta la salud. El proceso de fermentado dura cinco años, guardándose el té en barricas, como los vinos. Cuanto más tiempo se conserva, más preciado es. El Pu-erh es un té bajo en ácidos tánicos (portadores de la teína), por lo que no está contraindicado para nadie. Pueden tomarlo personas con el estómago delicado, embarazadas y lactantes.
TÉ VERDE:
Se obtiene secando las hojas al sol durante una o dos horas o mediante torrefacción. Estos procesos casi no alteran su composición química, lo que quiere decir que tiene niveles más altos de flavonoides. Dos tazas de té verde tienen el mismo contenido de Vitamina C que un vaso de jugo de naranja. Existen numerosas variedades de té verde, todas ellas muy populares en China y Japón.
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